domingo, 31 de agosto de 2014

Secretos de Roma: un jardín del pasado

En ocasión de mi primera visita a Roma, mi amigo Francesco, un romano de pura cepa, exclamó: “¿Qué no daría yo por estar en tu lugar y poder ver a mi ciudad con ojos de turista? ¡Descubrir Roma por primera vez!” Para llegar a su trabajo, Francesco subía todos los días la magnífica escalera diseñada por el propio Miguel Ángel del Piazzale que lleva su nombre y las ventanas de su oficina se abrían a las ruinas del Foro Romano. Con el tiempo descubrí, sin embargo, que todos somos turistas en Roma, una ciudad cuyos tesoros nunca se acaban por descubrir.

Luego de un mes en la efervescente Roma y en busca de rincones escondidos, hice mi clásica pregunta a un vendedor de libros de las bancarelle (puestos callejeros de venta): ¿cuál es el lugar favorito de tu ciudad, donde acudes en busca de ti mismo? Esta vez la respuesta fue enigmática: “Roma posee hermosos jardines, pero el más bello quizás nunca existió”. Sólo después de numerosas metáforas más, el vendedor develó que tal jardín se hallaba en la Villa de Livia. Pregunté con curiosidad dónde podía encontrar el jardín, pero el vendedor sólo quiso decirme que Livia era el nombre de la esposa del emperador Augusto y que “es aún más bello lo que se presenta tras el velo de la sorpresa.”





No hay mejor desafío para un viajero de corazón que resolver un enigma en una ciudad desconocida. Así que emprendí la búsqueda del misterioso jardín por las calles de Roma. La Villa de Livia se halla a 12 kilómetros del centro de la ciudad en la zona conocida como Prima Porta. Pero, para mi sorpresa, no había huellas del jardín entre las ruinas de la que fuera la morada de Livia.

Fue en ese momento que comprendí el engaño del vendedor de libros. El misterioso jardín se trataba del famoso fresco del “Hortus conclusus” de la Villa de Livia en Prima Porta, hoy trasladado al Museo Nacional de Roma. Una vez dentro el museo, comprendí también que no se trataba sólo de un fresco, sino de una ilusión pictórica que impacta definitivamente a quienes ingresan al recinto.

El fresco decora completamente las paredes de la habitación y su efecto envolvente con respecto al espectador le otorga tridimensionalidad. La escena del jardín está construida en base a tres planos, partiendo desde lo bajo: un prado con pequeños arbustos circundado por un pequeño muro y una verja, el segundo plano de frondosa vegetación, rebosante de árboles, frutos y pájaros y un tercer plano que representa el cielo, de un conmovedor azul pálido.

Luego de los frescos de Pompeya, este maravilloso jardín es el más acabado testimonio de la maestría e imaginación de la pintura romana que ha llegado a nuestros días.

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